En público el duque se llamaba «Tomaz», pues «Sandre» era un nombre muy poco corriente en la Palma y aún hubiera resultado más extraño y peligroso en un guerrero khardhu. Devin recordaba que se había quedado muy pensativo cuando en otoño el duque le había comunicado su nuevo nombre. Se había preguntado qué debía sentirse al tener que matar a un hijo, e incluso al sobrevivir a los hijos. O al enterarse de que los cuerpos de sus familiares, aun los más lejanos, habían sido desmembrados en las ruedas mortales de Barbadior. Trataba de imaginar qué debía sentirse ante todas aquellas desgracias.
Aquel otoño y aquel invierno, la vida y lo que ésta significaba para un hombre se había convertido para Devin en una cuestión dolorosa y compleja. A menudo se acordaba de Marra, malograda en su camino hacia la madurez, hacia lo que hubiera tenido que ser su vida. La echaba de menos y su recuerdo le producía un dolor a veces insoportable. Con ella habría podido hablar de todas esas cosas. Los compañeros tenían sus propias preocupaciones y no quería abrumados con más sufrimientos. Se preguntaba si Alais bren Rovigo habría entendido todas esas cosas que lo estaban torturando. No lo creía probable; había vivido demasiado protegida, demasiado retirada como para que la inquietaran semejantes ideas. Una noche soñó con ella; fueron unas imágenes vívidas e intensas. A la mañana siguiente se instaló junto a Catriana en el primer carro, inusitadamente callado, estremecido e inquieto por la proximidad de la muchacha y de aquella mata de cabellos rojos que contrastaba con el pálido paisaje invernal.
A veces se acordaba del soldado del establo de los Nievolene, que había perdido a los dados y se había bebido una botella de vino lejos de los cantos de sus camaradas, y a quien él había degollado mientras dormía. ¿Había venido al mundo aquel soldado sólo para ser un hito en el camino de Devin di Tigana?
Era un pensamiento tremebundo. Con el tiempo, después de haberlo meditado en aquellas interminables jornadas invernales, Devin había decidido que no. Aquel hombre había tropezado con mucha gente a lo largo de su existencia. Sin duda había causado placer y dolor y seguramente había experimentado ambas sensaciones. El momento de la muerte no era lo que definía su viaje bajo las luces de Eanna, o comoquiera que se llamara aquel viaje en el imperio de Barbadior.
No obstante, resultaba difícil encontrar un orden en todo aquello.
Tigana, Guy Gavriel Kay
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