Las Perseidas son también conocidas con el nombre de lágrimas de San Lorenzo, porque el 10 de agosto es el día de este santo. En la edad medieval y el renacimiento las Perseidas tenían lugar la noche en que se le recordaba, de tal manera que se asociaron con las lagrimas que vertió San Lorenzo al ser quemado en la hoguera, concretamente en una parrilla.
Estas estrellas son meteoros de velocidad alta (59 km/s) que proceden de la constelación de Perseo. El cuerpo progenitor de las Perseidas es el cometa 109P/Swift-Tuttle, descubierto por Lewis Swift y Horace Parnell Tuttle el 19 de julio de 1862, posee un diámetro de 9,7 kilómetros y su órbita alrededor del Sol tiene un período de 135 años (fuente: Wikipedia).
Hay pocos espectáculos tan bellos como el contemplar estrellas que dejaron de existir hace tiempo. La experiencia es incluso mejor si las buscas tumbado en la hierba de un prado, mirando hacia el cielo inabarcable, con la sensación de que el tiempo es infinito y de que tú formas una parte ínfima de un universo gigantesco. Un sentimiento de grandeza opuesto a la pequeña individualidad de una persona. Las propias ambiciones se convierten en meras sombras triviales, y todo aquello que una vez nos había preocupado parece insignificante bajo toda esa divinidad. Y es entonces cuando se siente... esa sensación sobrecogedora de propósito y pertenencia.
Dicho esto tan poético y tan bonito, el cielo se ha encapotado en cosa de veinte minutos y al final sólo se han dejado ver unas poquitas estrellas fugaces. Aunque el paseo nocturno ha merecido la pena. Incluso, por un momento, me ha parecido ver un marciano, y teniendo Prometheus tan recientita, no es que haya sido algo agradable de ver. Esperemos que las nubes se porten mañana...
Hay pocos espectáculos tan bellos como el contemplar estrellas que dejaron de existir hace tiempo. La experiencia es incluso mejor si las buscas tumbado en la hierba de un prado, mirando hacia el cielo inabarcable, con la sensación de que el tiempo es infinito y de que tú formas una parte ínfima de un universo gigantesco. Un sentimiento de grandeza opuesto a la pequeña individualidad de una persona. Las propias ambiciones se convierten en meras sombras triviales, y todo aquello que una vez nos había preocupado parece insignificante bajo toda esa divinidad. Y es entonces cuando se siente... esa sensación sobrecogedora de propósito y pertenencia.
Dicho esto tan poético y tan bonito, el cielo se ha encapotado en cosa de veinte minutos y al final sólo se han dejado ver unas poquitas estrellas fugaces. Aunque el paseo nocturno ha merecido la pena. Incluso, por un momento, me ha parecido ver un marciano, y teniendo Prometheus tan recientita, no es que haya sido algo agradable de ver. Esperemos que las nubes se porten mañana...
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