jueves, 7 de abril de 2016

And you can either sink or swim

Escribir esta entrada me hace especial ilusión. La tenía planeada desde hace años, pero acabó cayendo en el agujero negro a veces que tengo por cabeza. Pero ahora que quedan cuatro mesecitos de nada de olimpiada (yay!) es buen momento para recordar a este héroe del olimpismo.

El hombre que veis en la foto con cara de circunstancias y (no solo lo parece) ahogándose es Éric Moussambani en su estelar intervención de los Juegos Olímpicos de Sídney 2000. Nacido el 31 de mayo de 1978, es un nadador de Guinea Ecuatorial que fue invitado a los Juegos sin alcanzar los tiempos mínimos, junto a otros dos nadadores, a través de un programa del COI por pertenecer a un país en vías de desarrollo. El sueño de Éric era participar en la competición de atletismo en unos Juegos, pero el equipo de su país estaba completo y la Federación le ofreció una plaza en natación. ¿Y por qué no? Pues allá que fue.

¿Pero qué ocurrió aquel día que lanzó a Moussambani a la fama y directo a nuestros corazones? Que casi se ahoga en plena competición nadando él solo. Sus dos compañeros de serie, uno de Tayikistán y otro de India, fueron descalificados por salida falsa. No sólo eso: terminó la prueba de 100 metros libres en 1:52.72, más del doble que sus competidores más rápidos, e incluso superior a la plusmarca mundial de los 200 metros.


Esta carrera contra sí mismo se convirtió en una de las más difíciles de ver de la natación olímpica. Aunque cuando comienza la prueba parece que va a comerse el mundo sin empujar con pan ni nada, pronto empieza a notarse que sus movimientos son un poco extraños. Pero lo peor está por llegar. En los últimos cincuenta metros empieza a... ¿a qué? ¿Qué leches estás haciendo, Éric? Con su estilo poco ortodoxo, al público le costó unos segundos asimilar lo que estaba pasando. "Los últimos quince metros han sido muy difíciles", declaró después. Pero no sé si se refería a él o a los espectadores, que terminaron aplaudiéndole en pie, emocionados y conmovidos por su tesón y su tenacidad (las risas que se oyen en el vídeo son llantos de emoción, no me cabe duda).

Pero todo esto tiene sentido. Antes de llegar a Sídney, Éric nunca había visto una piscina olímpica de 50 metros. Debido a la falta de infraestructuras deportivas en su país, había estado entrenando tan solo durante ocho meses en una piscina de 22 metros de un hotel. De hecho, la piscina olímpica le pareció tan gigantesca que pensó que era de 100 metros y que bastaba con nadar el trayecto de ida.

Pero como buen deportista, Éric Moussambani no se rindió, y este no fue el final de su carrera deportiva. Siguió entrenando con las miras puestas en los Juegos Olímpicos de Atenas 2004 y consiguió bajar su marca por debajo de los 60 segundos, aunque nunca llegó a participar porque su país no tramitó su visado a tiempo. Lo volvió a intentar en Pekín en 2008, pero su momento había pasado y no consiguió clasificarse. Y aunque nos privaron de otra de sus espectaculares actuaciones, en marzo de 2012 fue nombrado entrenador del equipo nacional de natación de Guinea Ecuatorial. Hoy en día es considerado un modelo a seguir en África, donde multitud de jóvenes se entrenan en ríos para seguir su estela.

Go, Éric, go!
El intento de ahogo fue el trampolín de Moussambani para dar el salto a la fama, convirtiéndose en un héroe popular, cambiando la tradicional creencia de que para ser un triunfador en los Juegos Olímpicos tienes que lograr un metal o pulverizar un récord. Éric Moussambani no pasará a la historia como el mejor deportista de todos los tiempos, pero eso carece de importancia cuando cumples tu sueño, ese tipo de sueños que solo puede concederte el deporte.

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