martes, 10 de mayo de 2016

Expomanga 2016: El despegue

Pertenezco a esa generación de soñadores que vio nacer el Expomanga en los pasillos de aquel hotelucho de Puerta de Toledo. Recuerdo bien el sentimiento que me recorrió por dentro al atravesar sus puertas: desazón. Al fin y al cabo, una llevaba ya dos o tres ediciones de Expocómic y tenía ciertas ideas poco realistas de lo que me podía encontrar allí. Pero era un evento que empezaba, y no hay mejores orígenes que los humildes, como nos enseñó en nuestros años mozos nuestro amigo y vecino Spiderman. Si alguien le hubiera dicho a aquella chavalita desilusionada cómo digievolucionaría esta feria con el tiempo, no se lo hubiera creído. O hubiera llorado de emoción, no lo tengo muy claro.

Expomanga, el Salón Internacional del Manga de Madrid, que se celebra anualmente en la capital del reino desde 2002, es un evento en el que el manga, el anime, cultura japonesa y sus fans son los protagonistas. Desde los pasillos de aquel hotel hemos ido rebotando de un pabellón a otro hasta acabar celebrando su XV edición en los recintos feriales de IFEMA, tras ser adquirido por la compañía Easyfairs. Y lo primero que se me ocurre decir es: así sí, así se hacen las cosas.

Los 50.000 asistentes que cruzaron sus puertas a lo largo del pasado fin de semana son la prueba de que, si se hacen las cosas bien, los fans responden. Aunque, para ser justos, hay que tener en cuenta que el amplio aforo del IFEMA, frente al de otros años, ha facilitado mucho (muuucho) las cosas.

Nada más entrar quedaba claro que por fin jugamos en las ligas profesionales: amplios espacios, distribución agradable, buena organización, aseos en condiciones (¡una fila menos!), pocas aglomeraciones, entrada directa sin colas y, sobre todo, nada de esperar durante horas para entrar bajo un sol abrasador. Sí, señores, se acabaron los bronceados rojo-tomate-Agromán patrocinados por Expomanga.

Se podía pasear tranquilamente (no, EN SERIO) entre stands sin ser arrollado por las hordas frikis, y el característico olor que siempre flota amenazadoramente en este tipo de eventos se mantenía (más o menos) a raya. Un soplo de aire fresco que ya venía haciendo falta en un círculo tan rancio como puede ser a veces el nuestro.

Otra cosa que llamó poderosamente mi atención es que en esta ocasión se ha favorecido enormemente la participación activa de los visitantes. Desde un castillo hinchable a lo Humor Amarillo, pasando por un stand para probar lápices de colores, un recinto de softcombat, los ya clásicos monitores con videojuegos, una máquina de baile, una biblioteca, hasta las exposiciones que, aunque interesantes, siguen siendo el punto flojo del Expomanga. Para otro año sería buena idea darle algo de chicha a las exposiciones: al fin y al cabo, somos nerds, nos encantan estas cosas.

Algunas tiendas optaron incluso por alquilar un stand más pequeño y repartir mesas para que los asistentes probaran juegos de mesa, lo que me pareció un gran detalle a la vez de que una buena estrategia de venta. Pero además había varios escenarios repartidos por el pabellón, sin que los eventos de uno pisaran los de otro. Mientras en uno algún asistente generoso compartía sus gorgoritos con el mundo rompiendo tímpanos, en otro se debatían sobre temas tan chulos como los arquetipos de la literatura a lo largo de la historia. 

En otro de los escenarios se ofrecían exhibiciones, entre otras cosas, de aikido y kendo, que quizá pasaron algo desapercibidas al no celebrarse en el escenario central. Un poco más allá podíamos disfrutar de una zona de puestecillos de comida típica japonesa que, pese a rozar unos precios más inflados que el arroz (*risas enlatadas*), cumplían su cometido con agobio y alegría. 

A los frikis nos encanta debatir de cosas frikis, it is known.
En cuanto a stands e invitados, faltaron algunos grandes clásicos, seguramente porque a alguna mente privilegiada se le ocurrió la genial idea de celebrar en el mismo fin de semana el Expomanga y el Salón del Cómic de Barcelona. Con dos bemoles, como si el año no tuviera suficientes fines de semana. Eso es visión de negocio, sí, señor.

Hasta aquí todo muy pro y tan bienvenido como necesitado. En el otro lado de la balanza, una entrada a un precio desorbitado. Con la excusa de sufragar el alquiler del IFEMA se descarga en los asistentes la responsabilidad de apoquinar una entrada a 15 euros por barba. ¿Merece la pena? Hombre, pues en comparación con otros años por supuesto que sí, pero no olvidemos que el público mayoritario de este tipo de eventos suele rondar la edad adolescente y, siendo prosaicos, al final es pagar para ver tiendas. Ni qué decir tiene que el peculiar ambiente —agradablemente invariable a lo largo de los años— y la compañía es impagable, pero el que solo participa pasivamente en las actividades para que le sangren los oídos con el karaoke básicamente está dando un riñón en adopción para ver stands y más stands de tiendas.

Otra cosa grave y preocupante es la proliferación de chavalines ofreciendo abrazos. El otro día leí este tweet que, prepotencia aparte, me pareció bastante acertado:
Chavales "regalando" abrazos a desconocidos, sin saber si el que necesita más el abrazo es el que lo ofrece o el desconocido que se frota contra él. Quizá es que me hago mayor y me empiezan a preocupar las cosas de abuelo cebolleta, como los cosplayers que van descalzos (¡que te vas a poner malo, pazguato!).

En este hilo de los acontecimientos, a mi corazoncito nerd le encantó comprobar que sigue habiendo un hueco para mí en este mundillo. Hace ya algún tiempo que no estoy tan inmersa como lo estaba antes, pero si hay algo que cada año me sorprende es que los grandes clásicos nunca pasan de moda: Star Wars, Dragon Ball, Pokémon, Lupin III y Tonari Totoro jamás se harán demasiado viejos. Y eso, amiguitos míos, como diría Gandalf, es un pensamiento alentador.

Véase a este entrañable señor que se ha hecho su propio R2-D2 teledirigido. Vedle moviéndose en el vídeo de abajo y dejad que vuestro friki interior F-L-I-P-E en colores.


A continuación os dejo unas fotos de lo que fue el evento para mí y unas cuantas de cosplayers. Otra cosa que me escama: desde que me he retirado del mundo del cosplay, se ha vuelto de un pro que te pasas. Fotos flipadas, retoques extremos, nombres artísticos, ciertos aires de grandeza... ¿No se nos está yendo un pelín de las manos? Ahí dejo la idea.

Exposiciones: escasas, pero contentas.
El coche de Transformers. Me hubiera impresionado más si se hubiera transformado en Optimus Prime.
Stand pequeñito y muchas mesas para jugar. Me moló la idea.
La Legión 501 siempre dispuesta a dejarnos babeando con sus trajes.
Y haciendo desfiles a lo Disneylandia.
Estos no son los droides que buscáis.
Se podían ver los stands tranquilamente sin sacar los codos extensibles.
¿A vosotros también os dan ganas de hacer un diorama con estas figuras poniéndoles a jugar al mus?
Exhibición de aikido.
Un Salón sin Dragon Ball no es Salón.
Grafiti en directo en un stad de sopas japonesas a la española.
Ariel.
Mutenroshi.
Cenicienta.
Anna.
No sé de qué es este cosplay, pero me hizo tilín.
Estas chicas van de kemonomimi, pero hasta ahí llego.
Padmé Amidala.
Tampoco sé de qué iban, pero me encantaron sus kimonos.
Este sí que me lo sé: los Caballeros del Zodiaco con Atenea.
Otra vez Ariel. ¿Os suena de algo la muchacha?
Ha sido un gran fin de semana, pero ahora toca recoger los bártulos y empezar a contar los días para el chistaco que Matías Prats nos tiene guardado para el Expocómic 2016. Ya queda menos. Y ahora un poquito menos. Y ahora menos. Y... 

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