viernes, 27 de abril de 2012

Cuando la lealtad no conoce límites

Esta noche no pensaba volver a actualizar, pero me he puesto una peli de Hachiko y me he acordado de que este año se me pasó el 8 de abril, el día que se recuerda la fidelidad de este perro que esperó y esperó a su dueño durante nueve largos años en la estación de Shibuya. Una gran idea por mi parte la de decidir ver precisamente esta película, de esas de bombero jubilado que se me ocurren tres o cuatro al día. ¿Que estás triste? Bien, pues vamos a llorar. Pero bien, te vas a hartar, hasta que te deshidrates. Tres veces. Y mira que la había visto ya... La escena del reencuentro del personaje de Joan Allen con Hachiko me parece una de las más tristes de la historia del cine. Se me parte el alma sólo de recordarla...

Ya escribí un texto sobre Hachi para FanzineRadar (y lo que lloré en el proceso...), aquí lo reproduzco. No es especialmente brillante, pero cuenta de manera bastante detallada la historia de Hachiko, el perro fiel.
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Hachiko: Cuando la lealtad no conoce límites

Cualquier día, a cualquier hora, en cualquier lugar, puede haber alguien pensando en ti. Quizá te está esperando en el mismo rincón de todos los días. Es posible que su momento más feliz del día sea cuando te ve aparecer, que el corazón le lata más deprisa cuando asomas por la esquina y se lance a tus brazos en cuanto estés a su alcance. Imagina que tal vez te está esperando en el mismo lugar durante mucho, mucho tiempo. Hachiko, el perro fiel, estuvo esperando diez años a su dueño en la estación de Shibuya, pero nunca llegó.

Al igual que los madrileños tienen a la estatua de la osa y el madroño como punto de encuentro, los japoneses tienen la estatua de Hachiko en el barrio de Shibuya (Tokio). Todo aquel que conozca mínimamente la historia japonesa habrá oído hablar de este perro de raza Akita, uno de sus más queridos héroes nacionales.

La historia de Hachiko comienza el 10 de noviembre de 1923, en Odate (Prefectura de Akita). A comienzos de 1924 fue trasladado a Tokio por su amo, Eisaburo Ueno, un profesor del departamento de agricultura de la Universidad de Tokio. Hachiko viajó hasta la estación de Shibuya durante dos días en tren, metido en una caja. Cuando los sirvientes del profesor fueron a recogerle, pensaron que estaba muerto. Sin embargo, una vez en casa, el profesor le acercó un plato con leche y el cachorro se reanimó. Al cargarlo en brazos, Eisaburo Ueno descubrió que tenía las patas levemente torcidas, por lo que decidió llamarlo Hachi (“ocho” en japonés) por su similitud con el kanji que representa este número.

Aunque Hachi en principio estaba destinado a la hija del profesor, esta abandonó pronto la casa paterna por quedarse encinta y casarse. Su padre acabó cuidándolo y rápidamente se encariñó con el perrito, al que adoraba. Hachi seguía cada mañana al profesor hasta la estación de Shibuya, donde tomaba el tren hacia su trabajo en la universidad. El perro volvía a recogerle a la parada de tren cada tarde a su llegada.
Pero el 21 de mayo de 1925 el profesor no regresó. Había sufrido una hemorragia cerebral que le causó la muerte mientras impartía clase. Sin embargo, la lealtad del perro no conocía límites. Incluso tras la propia muerte del profesor, Hachiko volvió cada día a esperarle a la estación. Y así lo hizo durante diez años hasta su propio fallecimiento el 8 de marzo de 1935.

Hachiko fue regalado tras la muerte de su amo, pero se escapaba con frecuencia, dirigiéndose una y otra vez a su antiguo hogar. Finalmente, al parecer Hachiko se dio cuenta de que el profesor Ueno ya no vivía en esa casa, así que fue a buscarle a la estación de tren a la que le había acompañado tantas veces antes. Cada día Hachiko esperaba el regreso del profesor, cada día buscaba a su amigo entre los viajeros diarios de la estación, pero nunca le encontró.

Su presencia permanente en la estación atrajo la atención de otros viajeros. Muchas personas que frecuentaban Shibuya habían visto a Hachiko y al profesor Ueno juntos cada día. Gracias a eso Hachi recibió regalos y comida durante su espera.
Los días se convirtieron en semanas. Las semanas, en meses. La situación se alargó durante diez años, con Hachiko apareciendo cada tarde, precisamente cuando el tren llegaba a la estación.

Uno de los fieles estudiantes de Eisaburo Ueno, que se había convertido en un experto en la crianza de Akitas, vio al perro en la estación y le siguió hasta la casa de Kobayashi, donde aprendió la historia de la vida del can. Poco después de ese encuentro, el estudiante ya formado publicó un censo de los Akitas de Japón. Su investigación probó que sólo quedaban treinta Akitas de pura raza.

El estudiante volvió a visitar al perro frecuentemente y con el paso del tiempo publicó varios artículos sobre la lealtad tan remarcable de Hachiko. En 1932, uno de esos artículos, publicado en uno de los periódicos más grandes de Tokio, hizo que el perro saltara a la luz pública. Hachi se convirtió en una sensación nacional. La fidelidad hacia la memoria de su dueño se imprimió en los japoneses como un espíritu de la lealtad familiar que todos deberían luchar por alcanzar. Profesores y padres utilizan su vigilia como un ejemplo a seguir en los niños.

Finalmente, la legendaria fidelidad de Hachiko se convirtió en un símbolo nacional de lealtad. La devoción que sentía hacia su amo fallecido conmovió a todos aquellos que conocían su historia, y le apodaron “el perro fiel”. En abril de 1934 se erigió en su honor una estatua de bronce frente a la estación de Shibuya, y el propio Hachiko estuvo presente el día que se inauguró. Aunque el bronce de la estatua fue reutilizado para fabricar munición en la Segunda Guerra Mundial, en agosto de 1947 se levantó otra que aún permanece y que se ha convertido en un lugar de encuentro enormemente popular. Además, en Odate, frente a la estación, existe otro monumento similar.

Hachiko murió de filariasis en marzo de 1935. Sus restos fueron disecados y se encuentran en el Museo de Ciencias Naturales de Ueno (Tokio).

Actualmente, existen dos películas que narran la vida de Hachiko, y ambas desgarran el corazón y remueven por dentro. Pocas veces se ha visto una sala de cine tan rendida a las lágrimas y al dolor ajeno, un dolor que no es humano. La primera, Hachiko Monogatari,  se realizó en 1987. Dirigida por Seijirô Kôyama, era muy fiel a la historia real. Algunos años más tarde, en 2009, se estrenó Hachiko: A Dog's Story, remake de la anterior. Dirigida por Lasse Hallström y protagonizada por Richard Gere y Joan Allen, era de corte más americano, menos pausada y más poética, pero bastante respetuosa con la original. 
Hachiko es un héroe nacional en Japón. Y es que una historia como la suya, marcada por la devoción, la lealtad y el cariño es de esas en las que la realidad supera a la ficción. Cada año, el 8 de abril se recuerda la fidelidad de Hachiko en una ceremonia conmemorativa en la estación de tren de Shibuya. Cientos de amantes de los perros acuden con el fin de honrar su memoria y su lealtad.

Su historia ha quedado patente en multitud de libros, videojuegos y series. Quizá el homenaje más conocido sea el capítulo “Jurassic Bark” de Futurama, en el que Fry encuentra los restos fosilizados de su perro Seymour. Cuando está a punto de clonarle se arrepiente, creyendo que le habría olvidado después de haber vivido mucho tiempo después de que él desapareciera. Al final del capítulo se revela que Seymour estuvo esperando el regreso de Fry durante doce años, hasta su muerte.

Pero también encontramos historias como la de Hachi sin cruzar las fronteras. Canelo fue un perro que vivió en Cádiz junto con su amo, al que tenían que practicar diálisis a menudo. Todos los días el perro le acompañaba hasta la puerta del hospital. Cuando el avance de su enfermedad le obligó a permanecer ingresado, Canelo le esperó fuera. Pero su dueño nunca salió del hospital. La espera duró doce años, hasta que el 9 de diciembre de 2002 murió atropellado por un coche que se dio a la fuga. Los gaditanos honraron su memoria dándole su nombre a una calle peatonal que el animal transitaba, donde colocaron una placa de bronce con su relieve.

Hachiko, ajeno a tantos honores, esperó y esperó. Se convirtió en el perro que logró inspirar a todo Japón. Su más ansiado deseo nunca se cumplió, pero quiero pensar que al final se reunió con su adorado amigo. Como dijo Will Rogers, si los perros no van al cielo, cuando muera quiero ir a donde ellos van.

En memoria de Hachiko, el perro fiel.


Almudena Galán


3 comentarios:

  1. Lo dicho, tú eres masoca :P. Yo no me he atrevido aún a ver la película, y no sé si lo haré... Ya me emociono leyendo tu entrada, así que fíjate XD. Ay, yo creo que con los años me he vuelto blanda, ahora lloro mucho más por estas cosas :P.

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    1. Nymeria mira las 2 peliculas de Hachiko es imperdible llorar no es malo

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  2. Yo me niego a ver esta peli. Solo leyendo ya historia ya me asoman las lagrimitas, no soy tan masoca como tú, aunque en el fondo me gustaría verla.

    Yo conocí a Canelo, vivía al lado del hospital, donde además trabajaba mi padre. Recuerdo a Canelo en la puerta, o vagabundeando por los alrededores donde le daban de comer. Era en perro grande y triste, siempre cabizbajo. En Cádiz se le recuerda mucho, era muy querido.

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