miércoles, 9 de enero de 2013

Carnal forge

Vulcano observa atónito a Apolo, portador de malas nuevas, augurio resplandeciente de la tempestad. Rayos de luz emanan de su halo, negras palabras de su boca. Hace ya casi 400 años desde que Diego Velázquez pintara “La fragua de Vulcano” en Roma, fábula tomada de las Metamorfosis de Ovidio, convirtiendo a todo aquel que mira en un testigo más de la traición de Venus.

Apolo, coronado de laurel, irrumpe en la fragua donde trabajan Vulcano y los cíclopes para comunicarle el adulterio de su esposa Venus con Marte, dios de la guerra. Ese preciso instante de sorpresa y emociones desveladas es el que Velázquez escoge para pintar magistralmente en tonos ocres el dramatismo captado en los rostros de los personajes.

Óleo sobre lienzo y estudio anatómico minucioso. Para algunos, la representación burlesca de un marido engañado. Para otros, la voluntad del pintor de demostrar su destreza al encarnar el drama psicológico de la historia a través de gestos y expresiones. Para todos, la representación plástica de la superioridad de las artes sobre la práctica. Sin embargo, ¿qué quiso plasmar Velázquez realmente? ¿La sorpresa de la aparición de Apolo en la fragua o la desdicha congénita del ser humano?

La figura protagonista de la obra es Vulcano. En la mitología clásica, éste representaba el fracaso y la burla frente al Marte triunfador. Velázquez, siguiendo las pautas de toda la pintura española en el siglo XVII que trata el tema de Vulcano, parece invertir la relación, presentando a Vulcano refugiado en su trabajo, lo que nos incita a considerar una nueva valoración del trabajo en la época. Vulcano es un hombre que posee unos defectos, quizás no propios de un dios, como es el caso de la cojera, pero, aún así, el pintor los plasma con gran dignidad, aportándole a la figura una fuerte personalidad con una intensa mirada que, curiosamente Apolo no posee (Deirge’s Weblog).

Con el estudio de la pintura italiana, Velázquez abandona el tenebrismo de tonos oscuros de su primera etapa y emplea una pincelada más fluida. Aunque siempre le apasionó la mitología, no se aleja de la realidad cotidiana, introduciendo elementos tan comunes como humanos. Desde su estilo marcadamente realista, casi fotografía los objetos, como se observa en la coraza y sus brillos, otorgándolos un volumen impecable.

Obsesionado por dar profundidad a sus obras, utiliza «emparedados de espacio», enfrentando unas figuras a otras para que en la mente del que mira exista esa sensación de profundidad. Y lo consigue más efectivamente así a través del paisaje que se atisba en la ventana. La figura del fondo, además, está pintada con menos definición, con manchas de color abocetadas, lo que acentúa esta impresión.

Como buen pintor español, a pesar de sus influencias italianas, Velázquez no idealiza a sus personajes. De hecho, presenta una versión de la fábula estrictamente humana con personajes costumbristas. Vulcano llega a ser algo grotesco y se percibe la cojera que le atribuían los poetas clásicos, mientras que no se nos permite juzgar la idealización del rostro de Apolo al estar girado. Los cíclopes son hombres comunes. Precisamente es uno de ellos, el que está de perfil, la figura que más capta la atención. La estupefacción y el asombro que marcan su expresión facial, magistralmente plasmada, es absorbentemente hipnotizadora.

Con esta obra, Diego Velázquez deja un testimonio de su habilidad para pintar un cuadro de gran formato con figuras semidesnudas en acción y, por qué no reconocerlo, enamora a través de este potente discurso mudo de sentimientos congelados en el tiempo.


Almudena Galán 



PD.: Y que no me canso de mirar este cuadro... La imagen no le hace justicia al original ni por asomo, siempre que voy al Museo del Prado me he pasado un buen rato babeando delante de él. Me fascina, sobre todo, la expresividad del rostro del quinto hombre. Es una pasada. Sí, "pasada", se me han acabado los adjetivos culturetas después de tal derroche de gafapastismo.

Es La fragua de Vulcano (1630), de Diego de Velázquez, por cierto.

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