miércoles, 25 de marzo de 2015

And as the clouds roll by, we'll sing the song of the sea

Si alguno recuerda el entusiasmo y la emoción con los que escribí la reseña de The Secret of Kells, seguro que puede hacerse una idea de cómo reaccioné cuando me enteré que los mismos creadores iban a hacer otra película del mismo estilo. Aquella película me dejó perpleja. Nunca había visto nada parecido: las proporciones poco importaban, la perspectiva, todavía menos, el diseño de personajes era bastante simple... y, sin embargo, todo ello dejaba paso a una de las películas más artísticamente bellas que he visto. Una maravilla en movimiento con una miríada de pequeños y alucinantes detalles. Y la música y la trama no se quedaban atrás. The Secret of Kells tiene algo que me remueve por dentro. Por eso decidí que llamaría a mi próximo gato Pangur Bán que, a pesar de ser gris azulado, su nombre significa en gaélico "blanco por completo".



Esta vez no llamaré Cu ("perro" en gaélico) a un perrito, pero Song of the Sea es casi igual de bella que su predecesora. Después de meses de búsqueda, por fin me he podido maravillar con esta pequeña joyita que, tristemente, volverá a pesar desapercibida a pesar de haber obtenido una muy merecidísima nominación al Oscar a la mejor película animada... tal y como pasó con The Secret of Kells.


Song of the Sea nos vuelve a introducir en el extraordinario universo ya creado en Kells, en el que las deidades son tan temibles como reales, las historias y las canciones significan la diferencia entre la vida y la muerte, y donde el ser más pequeño e insignificante puede cambiar el curso de los acontecimientos. Pero una preciosa historia basada en el folklore irlandés, hermosísima música y un arte que no deja ni parpadear no es todo lo que esta película ofrece: además nos regala una lección de vida y solidaridad al más puro estilo Ghibli. 

La realidad de nuevo se convierte en magia. Y en canción. La canción del mar. 


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